Intemperie

Ficha técnica

  • Título original: Intemperie
  • Idioma original: castellano
  • Autor: Jesús Carrasco
  • Fecha de publicación: 2013

SINOPSIS: Un niño escapado de casa escucha, agazapado en el fondo de su escondrijo, los gritos de los hombres que lo buscan. Cuando la partida pasa, lo que queda ante él es una llanura infinita y árida que deberá atravesar si quiere alejarse definitivamente de aquello que le ha hecho huir. Una noche, sus pasos se cruzan con los de un viejo cabrero y, a partir de ese momento, ya nada será igual para ninguno de los dos.

Intemperie narra la huida de un niño a través de un país castigado por la sequía y gobernado por la violencia. Un mundo cerrado, sin nombres ni fechas, en el que la moral ha escapado por el mismo sumidero por el que se ha ido el agua. En ese escenario, el niño, aún no del todo malogrado, tendrá la oportunidad de iniciarse en los rudimentos del juicio o, por el contrario, de ejercer para siempre la violencia que ha mamado.


Por lo visto Intemperie ha estado en el candelero durante mucho tiempo. Alejada de las radios, periódicos y televisiones españolas he tenido la oportunidad de leerlo de manera completamente objetiva, aunque ya en su portada lo etiqueten de obra maestra, futuro clásico y lo comparen con el mismo Miguel Delibes.

Haciéndose eco del bombo y platillo que lo anunciaron, mi hermano lo escogió como regalo navideño. Ya me advirtió que no lo había leído, pero también me dijo que las críticas eran muy buenas. Así que, como siempre que alguien me regala/recomienda un libro lo cogí con unas cuantas ganas (unos meses más tarde, eso sí) y hace un par de días me puse al lío.

La novela comienza con el niño ya dentro de su madriguera, escondido aún por los alrededores de su pueblo y dispuesto a huir para siempre. Cuando el alguacil y sus secuaces dan por finalizada la jornada de búsqueda hasta un nuevo día, el niño emprende camino hacia el norte y se da de bruces con un pastor que, sin mucha euforia, tal vez con resignación, lo acoge. Hasta aquí la primera mitad del libro. Una tarde y una noche. 100 páginas. A mí me parece un poco exagerado.

Cuando estuvo lista, el pastor le pidió al chico que agarrara las ubres. [...] Y así, mediante esa imposición, el viejo le transmitió al muchacho el rudimento del oficio, otorgándole en ese instante la llave de una sabiduría perenne y esencial.

Por ser una novela corta, por ser un regalo, y por tener tan buenas críticas, decidí que debía hacer un esfuerzo hasta el final. Hacia la mitad del libro la cosa se pone más interesante y la dinámica cambia, se aligera: ya se puede leer de un tirón. Pero es importante sobrevivir a esas 100 páginas áridas y secas como el paisaje en el que el niño se desenvuelve.

No creo que su lentitud se deba a la escasez de acciones o al período tan corto de tiempo (tan sólo unas horas) que abarca la primera mitad, sino al propio estilo del autor. Aquí habrá opiniones de todo tipo. Algunos habrán quedado deslumbrados por su pluma, por sus descripciones cargadas de detalles minuciosos y por su extenso vocabulario que evidencian una persona muy leída y de gran inteligencia. O no.

Hay que reconocer que sí, que las descripciones son increíbles, puntillosas, escrupulosas, precisas y cargadas de tal realismo que consiguen darte sed, quemaduras solares y revolverte el estómago. Ya he dicho otras veces que para mí, la transmisión de emociones mediante unas letras y un papel, son siempre un punto favorable. Pero a veces el autor se recrea tanto en la sordidez y la desesperación que tiene tintes de psicopatología. La novela es tan lineal, tan angustiosa por momentos, que a mí sólo me ha inyectado malestar general, pérdida de apetito y dolor de cabeza. Menos mal que es corta.

Por horrible que sea su agonía, al menos así no le comerán los perros. Una muerte consistente en morderuras sucias de las falanges. Las arrancan de cuajo o las mastican in situ. Luego, las palmas de las manos. Las puntas de las lenguas limpian los espacios entre los gruesos tendones del pulgar. El crujir del radio como una mansa pirotecnia ósea. Los huesos astillados flotando en las fibras musculares que cuelgan.

Por otro lado tenemos el tema de los vocablos. También debería ser positivo encontrar riqueza lingüística, palabra olvidadas o desconocidas y por supuesto una buena conexión con el contexto y la historia que se cuenta. No sé a vosotros, pero a mí me da que Jesús o ha sido cabrero en otra vida - o tal vez en ésta - o ha tirado mucho de diccionario y/o lista de Google "Instrumentos y enseres rudimentarios". Encontrarte con cinco, seis, siete palabras que desconoces es aprendizaje; cuando son veinte comienzas a plantearte qué tipo de lector nulo eres; cuando son cien sospechas que el problema igual no es tuyo.

Para muestra un botón. Estas son palabras que yo desconozco, sacadas de un par de páginas al azar:

Alberca

Brocal

Rastra (y no se refiere a las de la cabeza)

Serones

Maneó (¿vendrá del verbo "manear"?)

Plafón

Ropón

Exudaba

Artesonado

Muflones

Gozne

Ábside

Almanaques

Fiadores

Garrucha

Tornapuntas

Pues así suma y sigue. Personalmente, no me parece. Bueno, me parecería si el libro estuviera dirigido a un tipo de público en particular, entendedor y experto de este vocabulario; si fuera un ensayo, un manual... Para el público de a pie - como yo - es exagerado, incluso forzado. A veces encadena una detrás de otra, a trompicones, dando la sensación de buscar el reconocimiento a través de ellas, de catalogar la novela como magistral porque sólo unos pocos pueden entenderla. Sí, la función de un escritor es jugar con el lenguaje, hacer malabares y asombrar pero también transmitir, comunicar. A mi parecer, Jesús Carrasco ha fallado en esto último.

Otra de las cosas que llama la atención es la falta de datos y nombres propios: el niño es el niño o el joven, el cabrero es el cabrero o el viejo y el alguacil... es el alguacil. Tampoco sabemos dónde exactamente se desarrolla ni en qué fecha aunque el lector se hará una idea por los detalles de la narración. Tal vez estas características hagan más difícil crear una conexión con los personajes. La narración es fría y eso dificulta que el lector empatice con ellos. Yo casi les he llegado a odiar a todos aunque he de decir que he sentido cierta debilidad por las cabras y una lástima enorme por el burro. La última parte, muy previsible pero conmovedora. Y tal vez eso sí que sea gracias a la pluma del autor más que a los hechos en sí.

Simplemente se entregó al instinto salvaje que primero sacia y luego enferma.

En lo referente a la historia en sí, no sé muy bien que decir. Creo que he quedado distraída por el vaivén de palabras y la angustia de las descripciones. Es una historia de supervivencia y de compañerismo; de altruismo o cierto cariño. También de violencia, física y de libertades. Pero sobre todo de decisiones vitales. 

Debería tomar una decisión que salvaría a un hombre y, al tiempo, condenaría a otro a una muerte segura.

Por ahí he leído que averiguar el motivo de la huida del niño mantiene el vilo hasta el final. A mí no me ha resultado un aliciente, porque aunque no se desvela en el principio, se puede intuir rápidamente. 

En realidad, no había preparado su marcha. Simplemente, un día, una gota derramó un caldero. A partir de ese momento, brotó en él la idea de la fuga como una ilusión necesaria para poder soportar el infierno de silencio en el que vivía.

¿Lo recomiendo? Es corto y eso es una ventaja. Para mí ese regusto que deja a libro de lectura obligatoria de instituto es prescindible.

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